domingo, 27 de marzo de 2016

Jugando con coleccionable de fichas tecnicas de coches

Hola.
Desde Valencia (España)
Quisiera hacer mi aportación sobre juguetes. En este caso la experiencia es con mi sobrino Marcos. Tenía 4 o 5 años y disponibilidad de jugar con muchos juguetes ya que en mi familia él y su hermana eran los primeros sobrinos. El caso es que durante mucho tiempo estuvo jugando con algo que realmente no estaba "pensado" como juguete (coleccionable para adultos). Era una colección de tarjetas sobre coches. Por una cara aparecía la fotografía y por el anverso las características.. Velocidad, aceleración, año etc...Creo recordar que mi hermano tendría como unas 50 o así. Cuándo el niño las descubrió ya no hacía caso a ningún juguete más.
Cada día me sorprendía con una nueva propuesta:
Las fichas ordenaba por los colores de los coches.
Descubrió que habían varios repetidos (¡¡son iguales tia!!)
Los coches que más le gustaban.
Este corre mucho/ no corre mucho
Los antiguos, los modernos.
Cuándo se hizo un poco más mayor las dividía en dos montones y por orden sacaba una de cada montón, escogiendo una característica del anverso los comparaba por ejem velocidad y el que ganaba, se quedaba con la tarjeta así sucesivamente.. El juego terminaba cuando después de una ronda se contaban y el ganador era el que se había quedado con más fichas. De éste jugamos con muchas variaciones.

Estuvo muchas horas entretenido con aquella colección, lo que más le gustaba era explicar lo que había aprendido con mi hermano o lo que él mismo se inventaba. Creo que no debe quedar ya ninguna..pero no se puede decir que no se les dió un buen uso, durante mucho tiempo.

Mati Monje

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El fuerte vaquero de mi mejor amiga



No dispongo de ninguna foto del juguete de mi historia. He tenido que buscar una en la red. Ni siquiera estoy segura de que el modelo con el que yo jugaba fuese este exactamente. Se han hecho tantas versiones! Tantas generaciones lo hemos disfrutado! Pero si no lo era, se le parece mucho.

Es un juguete que yo nunca tuve. No recuerdo haber tenido esa relación especial con ninguno de los que tenía en casa. La verdad es que tuve una infancia afortunada. La inmensa mayoría de mis días libres estaba fuera de la casa en la que vivía, en la ciudad, y mis juguetes favoritos quedaban haciendo guardia a que llegara el lunes, y con él el colegio y el ritmo de los días de escuela. Los recuerdos de mis juegos están llenos de carreras por la playa, piruetas en el agua, escondites oscuros en las noches de verano y un sinfín de distracciones para las que no necesitábamos demasiados accesorios, junto a la eterna súplica cada vez que me llamaban para comer, cenar o dormir: “cinco minutos más, mamá, por favor”. Pero cuando llegaban los días de lluvia o mal tiempo, tocaba resguardarse.


La mayoría de esos días los pasaba en compañía de mi mejor amiga de infancia, y uno de nuestras actividades favoritas era jugar con su fuerte vaquero, las docenas de indios y vaqueros que lo merodeaban y los aún más numerosos caballos que incluía su colección.
Pocas veces había batallas en nuestro juego. Lo que sí había a menudo eran manadas de caballos salvajes que campaban a sus anchas, lejos de las personitas que hacíamos cobrar vida en todo lo ancho del salón.


Durante muchos años no he sabido cuál fue el final de ese fuerte. Los años de juegos terminaron, crecimos, y después de más de treinta años de estrecha amistad decidimos separar nuestros caminos. Sin embargo, a veces la vida da unas sorpresas tremendas. Uno/a nunca sabe cuándo terminó una historia. Justo ayer decidía que hablaría de este fuerte, de las horas inventando mil historias dentro y fuera de sus vayas. Y esta mañana, tras años de desconexión,  he encontrado una solicitud de contacto de mi vieja amiga en una red social. Le he preguntado, cómo no, por el fuerte (entre otras cosas, por supuesto). No lo conserva, pero sus recuerdos son tan vivos como los míos. Y su respuesta, no podía ser otra: “Qué bien lo pasábamos”.


Raquel Querol.

Barcelona.

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Nuestras mariquitas

Tal vez tener una infancia con un padre preso por razones políticas durante la Guerra Civil  Española y una madre joven y amorosa, con escasos recursos ,que con un lápiz y un papel les pintaba las muñecas  que no les podía comprar, llevó a mis hermanas a convertir a las muñecas recortables (mariquitas,como les decían en España) en uno de sus juguetes preferidos. 

Cuando en Venezuela, tuve la edad suficiente para compartir con ellas este juego, también se convirtió en uno de mis favoritos. Lo mismo ocurrió con mis sobrinas y mi hija. 
Hoy le pregunté a esta última si aún conservaba algunas y me mostró las que estoy enviando, . Por cierto me dijo: "Mamá, son algo que siempre he querido conservar".

Irene

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Un juguete de mi infancia



Cuando yo tenía 2 o 3 años de edad, me regalaron una cajita de figuras de madera, la cual se vendía bajo el nombre "Bill-Ding," una manera creativa para deletrear "Building," que quiere decir Construcción. A mí, siendo un muchachito raro, no me interesaba para nada construír con figuras. Yo les di nombres y personalidades a estas figuras, usando simplemente la imaginación para jugar hora tras hora. Escuchar discos fue mi pasión, pero también jugaba con mis personajes de madera. Les di nombres raros a veces. Algunos vinieron de historietas o paquines, o de la vida diaria, pero otros muñequitos llevaron nombres que simplemente inventé y que no existen en la realidad. Un día, cuando llegué a la edad de 10 u 11 años, mi padre escribió (con mi ayuda) los nombres absurdos de mis Bill-Dings en un papel, para conservar la memoria de aquellos juguetes de mi infancia.
             Jonathan Guyot Smith, profesor antediluviano del Colegio Darién (Darién, Connecticut, Estados Unidos)

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La tabla


Este juguete fue una creación colectiva de parte de un grupo de niños en uno de los barrios más altos de Medellín, Villa del Socorro. Teniendo en cuenta que no poseíamos juguetes de Fisher Price, ni las muñecas de la tv, ni los carritos con controles de la actualidad, los juegos y juguetes eran inventados con lo que disponíamos en el contexto.

Este juguete en particular no tiene nombre se trataba de ir hasta la casa y coger una tabla de las que sostienen las camas (a escondidas para evitar una pela) sacarla y llenarla de mucha parafina por uno de los lados y cuando estuviera bien lisa de manera que se fuera sola por la cuadra, sentarnos los que mas pudiéramos y tirarnos por las empinadas calles del barrio hasta llegar a la carretera, una vez terminábamos nos subíamos nuevamente corriendo y repetíamos la acción muchas veces incluso hasta se nos rompían las camisetas y los pantalones porque a veces nos salíamos de la tabla. (Situación que nos causaba muchos problemas en la casa) pero sabiendo el disfrute al cual nos enfrentábamos no importaba.

Estos momentos eran muy divertidos primero porque nos reuníamos todos los niños de la cuadra, nos turnábamos para montarnos, cuidábamos al compañero de que no se saliera de la tabla, comprábamos las velas, en fin el encuentro, el compañerismo y la amistad, por otro lado porque para nosotros eran los mejores juguetes, momentos muy felices que se recuerdan con mucho agrado y cariño.

Natalia
Universidad de Antioquía
Colombia

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