lunes, 15 de agosto de 2016

Muñeca piyamera

No recuerdo si alguna vez tuve nombre. Sí sé que durante muchos años estuve colgada sobre una pared blanca.
Vengo de una época en que los pijamas se guardaban en muñecas. Eso era lo habitual. Y con ese destino fui pensada. 
Llegué envuelta en papeles ruidosos de emoción y cariño y fui atesorada en la sabiduría de lo que por poco se vuelve valioso. 
Mi pelo rojo. Mi vestido rojo. Los años se hacen sentir. Pero eso es algo que nos pasa a todos.  Y si el paso del tiempo se refleja en la posición que ocupamos, en mi caso he de estar tranquila. Ya no estoy sobre la pared blanca, ni comparto escena con otra amiga de aquellas épocas (las patas largas, la mía se llamaba Etelvina, claro), ni estamos en la misma casa... pero sigo ahí, muy cerca de donde duerme. Estoy tras la puerta del placard, pero tan cerca que estirar la mano o espiar sobre la corrediza mal cerrada es suficiente para saber, sentir y recordar el afecto otra vez.
Ahora recuerdo que en mí se guardaban pañuelos.
Ahora entiendo por qué siempre debió estar donde está.


Soy Silvia. Vivo en la ciudad de Córdoba. Tengo 41 años, estoy casada y soy mamá de dos niños: Guada (14) y Octi (9).
Cuando era niña mi juguete favorito era una muñeca, que primero se llamó Aurora y luego Mercedes. Siempre me pregunté por qué nunca pensé en esos nombres para mi hija.  

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